A nivel global, los esfuerzos por materializar una transición energética con la que se dejaría atrás los hidrocarburos afectan no solo el panorama energético, sino también el económico, político y geopolítico. Al surgimiento constante de nuevos desafíos, a través de los cuales se trazan nuevas líneas de fractura entre los distintos actores de esta transición, deben ahora sumarse los impactos de la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

Tanto en Europa como en ALC, los discursos predominantes sobre la transición energética (sin importar que se expresen desde una mirada más radical o que se fundamenten en las posibilidades que otorga el desarrollo productivo verde) se estructuran en torno a una concepción de esta como motor de un renovado proceso de democratización con mayor inclusión social ; un proceso que no ha podido concretarse con los modelos de desarrollo promovidos durante la etapa neoliberal del proceso de acumulación capitalista. Si bien el potencial de justicia social de una transición reflexionada en esos términos es real, así como las posibilidades que abre para un nuevo posicionamiento de las relaciones entre la UE y ALC, la configuración del mundo post-carbono es un espacio de rivalidades estratégicas.

El proceso profundamente conflictivo de desarme y desmantelamiento de las infraestructuras de combustibles fósiles, que constituye ahora con la “ecología de guerra”, concepto detallado por Pierre Charbonnier en nuestras columnas, un arma imprescindible para Europa en el marco de la guerra en Ucrania, implica cambios en las presiones extractivas, un desplazamiento de las zonas de disputa y, por ende, una modificación de las relaciones de poder entre los actores estratégicos. La dimensión geopolítica de la transición energética, que implicaba hasta ahora una lucha por la captación de sus beneficios no solo económicos, sino también simbólicos, entre las grandes potencias, especialmente China y Estados Unidos, adquiere una renovada magnitud.